En el año 1935 un fisiólogo estadounidense comenzó a utilizar el término ESTRÉS para describir un estado de pérdida del equilibrio y/o de la homeostasis de nuestro cuerpo provocado por factores externos amenazantes.

El significado de la palabra nos conduce a una imagen de “estrechez”, “constreñir”, “apretar”, y oros sinónimos por el estilo. 

A partir del 1950 se utiliza médicamente para describir un estado de tensión nerviosa y se va ampliando hasta utilizarlo para expresar diferentes tipos de tensión incluso en objetos; por ejemplo, se habla de tensión de un material cuando este material está viéndose forzado excesivamente.

Actualmente, científicos de diferentes ámbitos hablan del estrés como una de las causas de diferentes enfermedades. Los psicólogos y psiquiatras hablamos de somatizaciones o de enfermedades psicosomáticas.

Como siempre, todo es relativo: existe un estrés sano que nos ayuda a sobrevivir, que nos activa para acceder a nuestros objetivos, incluso llega a ser capaz de activar nuestra barrera inmunitaria, mientras nos permite cuidarnos y atender a otros; existe el estrés patológico que, contrariamente a su opuesto, nos desactiva y nos puede llevar a cerrarnos en nosotros mismos.

Buscando el bienestar  podemos evitar situaciones que deberíamos afrontar con un cierto estrés (estrés sano) para resolver dificultades.  Al evitar resolver, estas dificultades se transforman en problemas más complicados que aumentan nuestro nivel de estrés (estrés patológico), entrando así en un círculo vicioso. Así es, como evitando el sano estrés podríamos llegar a provocarnos el estrés patológico del que nos asustamos y todavía nos esforzamos más en «buscar el bienestar», volviendo a evitar situaciones que al afrontarlas nos conectarían con ese bienestar, pero que al evitarlas nos complican el problema.

Se ha puesto de moda desde hace unos años la expresión “zona de confort”. Es un espacio físico o mental en el que nos sentimos cómodos: aparentemente controlamos la situación.

Efectivamente, el hecho de sentirnos cómodos y “confortables” tiene mucho que ver con la capacidad de control que poseemos en un espacio o momento determinado.

¿Qué pasa cuando algo nos estresa? 

Ante la tensión emocional podemos reaccionar de formas diferentes:

Ante el miedo, se desencadena un proceso fisiológico en el que nuestro cuerpo libera cortisol; esta hormona activa una respuesta que puede ser de huida o de afrontamiento de la amenaza. Cuando huimos, evitamos la situación amenazante para sentirnos mejor, pero dejamos de resolverla, abandonamos, y la situación seguramente se repetirá más adelante. Cuando repetimos esta secuencia muchas veces, nos provocamos la sensación de que no somos capaces de resolver ese tipo de situación, y eso desencadena un malestar que va a perjudicarnos. 

El miedo evitado se convierte en pánico, el miedo afrontado se convierte en valor y coraje. Giorgio Nardone

Cuando elegimos afrontar la situación amenazante salimos de nuestra zona de confort. Eso nos aumentará el malestar y el estrés en un primer momento, ya que necesitamos estar en posición de alerta para resolver la situación de la mejor manera posible. Una vez afrontada la situación, nos vamos a sentir mejor solamente por el hecho de haber sido capaces de mirar a la cara aquello que nos amenazaba, independientemente de si hemos sido capaces de resolverlo mejor o peor: El afrontamiento es salir de la zona de confort, pero es estrés sano porque no nos deja bloqueados en el miedo y nos aporta experiencia que nos ayudará en otra ocasión similar.

Nos damos cuenta de que a menudo, cuando deseamos resolver una situación que nos estresa podemos caer en la contradicción: busco el exceso de confort pero me encuentro en una situación de total disconfort. Eso sucede cuando siento que me «salvo» de una situación pero en realidad me digo a mi mismo «no soy capaz».  

Sin embargo, ese estrés patológico, miedos e insatisfacciones, no vienen solamente de las evitaciones, sinó también de las sobre exigencias, en el extremo contrario está el querer hacerlo TODO y MEJOR incluso que los demás.

Por ejemplo, cuando quiero sentirme satisfecha conmigo misma y busco el éxito en el trabajo, ser una buena madre, tener éxito social y estar guapa sintiéndome joven, me encuentro con que a lo mejor no dispongo del tiempo suficiente para poder lograr estos objetivos. Si además soy exigente se complica aún más la situación y aumenta el nivel de estrés. 

Nuestro organismo está preparado para adaptarse a las diferentes situaciones con mayor o menor presión del entorno, pero tiene un límite. Cuando llega ese límite, comenzamos a sentir avisos mentales y fisiológicos que nuestro organismo, increíblemente perfeccionado utiliza, y a los que nosotros deberíamos hacer caso.

Los psicólogos guiamos a las personas con las que trabajamos a salir de esa zona de aguas tranquilas que está interfiriendo en el logro de un objetivo. También enseñamos a gestionar cómo permanecer en esa zona confortable porque a veces resulta complicado conservarla. Las personas necesitamos cierto nivel de estrés o de malestar para funcionar de manera efectiva; incluso educando a nuestros hijos. Muchos padres son demasiado permisivos con sus hijos porque les produce malestar enfrentarse a ellos o favorecer los conflictos en casa. Es un error evitar el conflicto y es acertado saberlo transitar: de la salida de un conflicto bien gestionado salimos todos beneficiados.

Nietzche dijo que todo lo absoluto pertenece a la patología. 

Y tú: ¿Cómo gestionas tu “zona de confort”?, ¿Escapas de ella?, ¿La afrontas cuando te daña?, ¿Te sabes mantener en ella cuando te aporta calidad de vida?

Mide aquellas acciones que sientes que te enferman. Aflojar los extremos nos DESPATOLOGIZA (haz click para ir al artículo del blog «Lo sano de lo patológico»)

Encuentra más info sobre los extremos también en el siguiente enlace: https://www.instagram.com/p/B3DIcQoIBcH/

Cuéntanos que soluciones has encontrado para buscar el equilibrio entre el estrés sano y el patológico. 

 

Esperamos que este artículo te haya ayudado.

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